Billie Holiday. Centenario de una voz inmortal

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Este 7 de abril se cumplen cien años del nacimiento de Billie Holiday, excepcional cantante de jazz de de voz conmovedora cuyo personalísimo estilo es fiel reflejo de lo que fue su vida. En este, como en un palimpsesto, se acumulaban y atisbaban las huellas de su azarosa existencia, una existencia tan breve (murió a los 44 años) como intensa, tan desgraciada como exitosa.

Imposible saber cómo hubiera cantado y hasta donde hubiera llegado si su vida hubiera sido otra, o mejor dicho, su niñez. Fue en medio de la desgracia, la vileza, la humillación y el abuso que se crió. Y ello la marcaría para siempre. Nos lo explica muy bien Manuel Vicent en su artículo “Billie Holiday, ante su primera canción” (El País 21 de noviembre de 2009):

Billie Holiday en 1917.
Billie Holiday en 1917.

“Cuando Billie Holiday, de nombre Eleonora, nació el 7 de abril de 1915, su madre tenía 13 años y su padre era todavía un chaval de pantalón corto que iba dando patadas a las latas por la calle. Sucedió en Baltimore, ciudad famosa entonces por sus ratas. La madre se fue a Nueva York a fregar escaleras; el padre se enroló en una banda de jazz y desapareció. La niña fue entregada a los abuelos, que vivían en una casita de madera repleta de tíos, sobrinos y primos hacinados. Eleonora a los 10 años ya estaba desarrollada como mujer y tuvo que cambiar los patines y la bici por un cubo, un cepillo y algunos trapos. Aparte de este oficio heredado de la madre, la niña tenía el trabajo de resistirse cada noche a las acometidas de macho cabrío de sus primos en su cama.

En la esquina de su casa estaba el burdel que regentaba Alice Dean, donde Eleonora comenzó a hacer recados y servicios para el ama y las chicas (…) por cinco centavos, pero la niña prefería no cobrar si a cambio el ama la dejaba escuchar a Louis Armstrong y a Bessie Smith en la victrola instalada en su sala de estar. Fue allí donde oyó por primera vez cantar sin palabras, solo con sonidos del alma en la garganta que se acomodaban a su estado de ánimo. En su inicio los burdeles y el jazz eran la misma sustancia (…) La niña bebió aquella música del propio manantial. Ella dijo un día: ‘Si hubiera oído cantar a Bessie en la casa de un pastor, no me hubiera importado hacerle gratis los recados’.

A los diez años estaba enamorada de la actriz Billie Dove. Imitaba sus movimientos, su peinado, pero en la calle se fajaba a golpes con los niños de su edad y su padre, que la creía un marimacho por eso, comenzó a llamarla Bill. Era el nombre de su heroína. Billie. Y lo adoptó. El padre era trompetista. Durante los viajes con una orquesta de segunda iba haciendo hijos a otras mujeres por el sur y de pronto lo veían entrar por la puerta y al día siguiente desaparecía. La madre regresó de Nueva York y tomó huéspedes en casa para sobrevivir. La niña a los 10 años llevaba calcetines blancos y zapatos de charol que robaba en las tiendas, por lo que la bisabuela, que había sido esclava y leía mucho la Biblia, la llamaba pecadora.

Una tarde de verano uno de los huéspedes, un cuarentón llamado Dick, cogió de la mano a la niña y se la llevó a una casa con la excusa de que allí la esperaba su madre. Era un prostíbulo. Metida en una habitación comenzó a violarla. La niña se defendió con gritos y patadas, pero una mujer le sujetó la cabeza para que no le mordiera mientras el hombre se satisfacía. Por una vecina, amante despechada del violador, la madre supo adonde habían llevado a su hija. Llamó a la policía y la niña ensangrentada fue conducida al cuartelillo. Allí el sargento observó el volumen de los pechos y la consistencia de las piernas y a su alrededor comenzaron las miradas obscenas y las risitas. Permaneció varios días en la cárcel. Violada, con 10 años, Billie fue juzgada por un tribunal junto con su agresor. A él le condenaron a cinco años; ella fue encerrada en un correccional católico (…).

Al salir del correccional, cosa que consiguió bajo amenaza de suicidio, Billie abandonó Baltimore y se propuso no cesar de caminar hasta llegar a Harlem. Solo tenía 13 años y estaba muy desarrollada. Había perdido la virginidad con un negro trompetista en el suelo de la casa de su abuela, que la dejó sangrando y dolorida, de modo que odiaba el sexo, pero ya sabía en qué clase de perro mundo había caído. Llegó a la estación de Pensilvania de Nueva York sin equipaje, salvo un cesto con un pollo que devoraba sentada en los bancos de la calle. Se encontró con su madre y comenzó de nuevo a fregar suelos, esta vez en casa de una señora alta, gruesa y holgazana, que le gritaba y la llamaba negra con un tono despectivo. Fue la primera vez que oyó esa palabra como un insulto. La niña le estampó un jarrón en la cabeza. ‘Tiene que haber algo mejor que esto’, se dijo. Sabía que nunca podría ser una buena criada.

Su madre la llevó a una casa lujosa de pisos en la calle 141 de Harlem cuya dueña se llamaba Florence Williams. No en vano había vaciado palanganas y lavado toallas en casa de Alice Dean, por eso supo enseguida que aquello era un prostíbulo. Comenzó a trabajar a 20 dólares, cinco para la dueña, preferentemente con blancos, de esos con mujer e hijos que tienen que volver pronto a casa, nunca con negros desde que uno de ellos, un garañón inmenso, de esos que te dicen: ‘¿Te gusta, nena?’, mientras te destrozan, la dejó varios meses fuera de combate. Un día le negó sus favores al rey del Harlem, un tipo duro llamado Big Blue Rainier, amigo de la policía. ¿De modo que una negra no quiere acostarse con un negro? El tipo la denunció por ser menor de edad y Billie fue a parar otra vez a la cárcel.

Portrait from Down Beat magazine, c. February 1947A los 15 años iba un día por la calle 133 llena de antros de música, dispuesta a cualquier trabajo con tal de conseguir cincuenta pavos que le exigían a su madre para evitar que le echaran el colchón por la ventana. Entró en el garito Pod’s and Jerri’s, un local de swing y pidió cantar. Mandó al pianista que tocara Trav’lin All Alone. Al sonar aquella garganta se hizo el silencio en el que hubiera podido oírse un alfiler si caía en el suelo. En ese local las chicas tenían que recoger con los genitales las propinas que los clientes dejan en las mesas. Billie Holiday se negó a pasar por esa humillación. Un caballero le dio los dólares en la mano y debido a su orgullo las compañeras comenzaron a llamarla duquesa o Lady Day. Aunque una de las golfas del cabaré dijo que Billie cantaba como si apretaran los zapatos, la verdad es que cantó la primera canción con la voz de una gata herida y humillada en su constante rebeldía de saltar por todos los tejados. El dolor continuaría hasta el final de su vida. La leyenda de esta reina del swing no había hecho más que empezar.”

Escuchemos a Billie cantar Trav’lin All Alone, canción de J. C. Johnson –uno de los compositores preferidos de su admirada Bessie Smith– en una grabación de septiembre de 1937 con, entre otros, el gran saxo tenor Lester Young, el único hombre que nunca la decepcionó, el gran amor (platónico) de su vida, su alma gemela, a quien ella le puso el sobrenombre de Pres, el presidente de los saxofonistas.

billie_cover-of-flash-magazine_3-may-1937A principios de la década de 1930, Billie cantaba regularmente en algunos clubes de Nueva York. El conocido productor John H. Hammond se interesó por ella, le presentó a Benny Goodman y este, entusiasmado con su voz, la invitó a grabar algunos discos con él en 1933. Luego, grabó también con Teddy Wilson y fueron estas grabaciones las que le proporcionaron fama y le consiguieron contratos para las famosas orquestas de Count Basie (1937) y de Artie Shaw (1938), en la que por primera vez una cantante negra formó parte de una orquesta de blancos. Las giras que llevó a cabo con este último fueron fiel reflejo del segregacionismo imperante en la sociedad estadounidense, debía ir al baño para negros, tenía prohibido usar la entrada principal, debía esperar en un cuarto oscuro lejos del público antes de aparecer en escena y no podía mezclarse con él.

Vamos con unos pocos vídeos de esta primera etapa de su carrera. Como en otros tantos casos –Sarah Vaughan sin ir más lejos, a quien dedicamos una entrada el pasado viernes con motivo del 25 aniversario de su fallecimiento– esta es una selección parcial, tangencial, condicionada a los géneros de que se ocupa nuestra sección Música de Comedia y Cabaret, pero son voces tan espléndidas que aún así –a pesar de no figurar en esta algunos de los temas más celebrados de Billie (como Strange Fruit por ejemplo)– se podrían llenar páginas y páginas con sus canciones sin cansarnos, y lo que es más: conmoviéndonos. También en esta ocasión prima la voz sobre la imagen y la mayoría de los vídeos no son de actuaciones en directo.

El que sigue es un fragmento de un cortometraje de 9 minutos de 1935 en el que Billie interpreta “I’ve Got Those Lost My Man Blues”, parte de la obra de Duke Ellington Symphony in Black: A Rhapsody of Negro Life, que es como se titula el corto.

Con Artie Shaw grabó en 1936 “Summertime”, la famosa aria de George Gershwin de su obra Porgy and Bess (1935). Porgy and Bess no fue precisamente un éxito, pero esta grabación situó a “Summertime” entre la lista de discos más vendidos en Estados Unidos ese año.

El disco en que figuraba “Summertime” era un EP con tres canciones más producido por la discográfica Vocalion, con la que –además de con Brunswick– grabó varios álbumes entre 1937 y 1940. También de 1936 –para Brunswick Records– grabó “The Way You Look Tonight”, canción que escribió Jerome Kern en 1936 para la película Swing Time (En alas de la danza se tituló la versión doblada al español).

«The Man I Love» es un famoso estándar, con música de George Gershwin y letra de su hermano Ira, que debía formar parte del musical de 1924 Lady, Be Good, pero que finalmente no se incluyó y pasó, en 1927, a integrarse en la sátira antibelicista de Gershwin Strike Up the Band. Fue entonces que se tituló así, pues en su origen se llamaba «The Girl I Love». La versión de Billie Holiday –para Vocalion– salió a la venta en diciembre de 1939. Entre sus acompañantes figura Lester Young.

De 1944 es esta versión de “I’ll Be Seeing You”, popular canción con música de Sammy Fain y letra de Irving Kahal perteneciente al musical de Broadway Right This Way (1938). Tampoco Right This Way triunfó, cerró tras quince representaciones, pero una vez más la versión de Lady Day –Lester Young fue quien apodó así a Billie Holiday– lanzó la canción a la fama.

La popularidad de Billie iba en aumento e intervino en algunas películas, entre ellas New Orleans (1947), drama musical que dirigió Arthur Lubin en el que interpretó –con otro de sus ídolos: Louis Armstrong– este tema de Spencer Williams: Farewell to Storyville.

Billie Holiday retratada por el escritor y fotógrafo Carl Van Vechten en 1949.
Billie Holiday retratada por el escritor y fotógrafo Carl Van Vechten en 1949.

Su turbulenta vida y su dependencia a las drogas psicoactivas comenzaban resquebrajar su salud y la convertían a los ojos de las autoridades y las mentes biempensantes en un peligro social. Su New York City Cabaret Card, la tarjeta imprescindible que los artistas necesitaban para poder trabajar, le era revocada constantemente. Sin embargo, su incomparable swing rítmico, su voz estremecedora, rota, amarga, desgastada, pero dulce, expresiva y sumamente emotiva erizaba la piel de cualquiera. Era evidente que las continúas desgracias que la vida le había deparado y los excesos a que se entregaba para contrarrestar sus efectos habían hecho mella en su aspecto físico y en las cualidades de su voz, pero eso no importaba en el caso de Billie, pura pasión. Con la Holiday siempre se daba esa comunión afectiva con el público que tanto ansía cualquier artista. Cuando actuaba, nadie estaba pendiente de si afinaba más o menos, de si su timbre se había vuelto más frágil o no, del estado de las cualidades físicas de su voz. O sí, pero en todo caso era algo secundario. Lo que importaba era el sentimiento, la honda emoción que transmitía. Nadie como ella para enardecer los ánimos y llenar la sala de emotividad. Con su gardenia sobre la oreja y los ojos entornados como si observara su interior en busca de las letras de sus canciones, se dejaba llevar y arrastraba a todos a ese gran mundo de emociones que es la música.

Los años de 1950 son, a juicio de un servidor, los más sensitivos de su, desgraciadamente, corta carrera. Veamos, si no, este vídeo con su espléndida versión de Mon Homme, canción que escribieron en 1916 André Willemetz y Jacques Charles (letra) y a la que puso música Maurice Yvain, el primer gran éxito de Mistinguett, que en la versión en inglés pasó a llamarse My Man. Billie la grabó por primera vez en 1937, si bien esta actuación –con Jimmy Rowles– es de 1954.

Al álbum Music for Torching (1955) pertenece esta versión de “It Had to Be You”, canción de Isham Jones (música) y Gus Kahn (letra) de 1924 que comenzó a ser tremendamente popular –lo sigue siendo– desde que en 1936 Ruth Etting la interpretara en el cortometraje, de veinte minutos de duración, Melody in May, dirigido por Ben Holmes.

En 1956 comenzó a grabar con Verve. El primer álbum suyo producido por esta reputada discográfica fue Body and Soul (1957). De él escuchamos otro tema que Gershwin compuso para la película de 1936 Shall We Dance (Ritmo loco en España).

De 1958, también producido por  Verve, es el álbum Songs for Distingué Lovers. Entonces no se incluyó “Our Love is Here to Stay” –canción también de George y Ira Gershwin para el filme The Goldwyn Follies (1938)–, pero sí se hizo cuando este se relanzó en 1997 (en CD).

A All or Nothing at All (1958), álbum que lanzó Verve con grabaciones de Holiday de los años 1956 y 1957, corresponden los dos temas que figuran acto seguido: “Cheek to Cheek” (Mejilla contra mejilla), composición de Irving Berlin para la película de 1935 Top Hat (Sombrero de copa), y “But Not for Me”, canción de 1930 de George Gershwin, con letra de su hermano Ira, quienes la compusieron para su musical de Broadway Girl Crazy.

Lady in Satin (1958) es el penúltimo álbum que se publicó de Billie Holiday mientras vivió. Entre otras magníficas canciones encontramos esta de Richard Rodgers y Lorenz Hart para la película de 1935 Mississippi: «It’s Easy to Remember (And So Hard to Forget)». El vídeo que sigue, no obstante, es de una actuación para televisión de ese mismo año.

Poco antes de morir, Billie Holiday grabó –para Columbia– un álbum que iba a titularse con su nombre, pero falleció antes de su lanzamiento y pasó a denominarse Last Recording. Entre los temas que incluye está este de Cole Porter para el filme Silk Stockings (1957, La bella de Moscú): “All Of You”.

A finales de mayo de 1959 había sido hospitalizada por dolor en el hígado y problemas de corazón. Ello no la libró de un arresto domiciliario el 12 de julio por posesión de narcóticos, que tuvo que cumplir en el hospital bajo custodia policial. Y, así, con un castigo tan despiadado como si el destino quisiera que en sus últimos instantes no olvidara que sus orígenes, nos dejó  el 17 de julio de 1959 a la edad de 44 años. Fue enterrada en el cementerio Saint Raymond en el Bronx de Nueva York. Si van, no dejen de visitarlo. Su memoria bien lo merece.


8 respuestas a “Billie Holiday. Centenario de una voz inmortal

  1. Manuel, me estás bordando de nuevo el alma con el Jazz de estos dias, como me la has entretejido con las palabras de tu libro «El Viaje» que disfruté tanto, no tanto la historia como las reflexiones y ese viaje al pasados desde los rastros materiales del tiempo en las cosas y las calles y las ciudades y las impresiones en el cerebro y en los sentires y en los emocionales. Saludo desde Marsella.

    1. La vida es ante todo sentimiento, quien no siente no vive, solo existe y ve pasar el tiempo. Y como bien dices en el otro comentario, el jazz es alma y sufrir. Por eso nos llega tan adentro.
      Muchas gracias por tu comentario y tus amables palabras respecto a «El viaje». Un abrazo.

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